6 sept 2011

El Pueblo Dominicano a 50 años de Trujillo.

¿Dónde ha ido, oh Pedro Mir, aquel país pateado como una adolescente en las caderas?


Por Pedro Samuel Rodríguez-Reyes

Al contrastar las noticias y las reseñas del acontecer cotidiano que hoy nos ofrecen los medios de comunicación con la poesía social dominicana escrita en la época de la dictadura o en las décadas de los años sesenta y posteriores, no podemos evitar preguntarnos si acaso se trata del mismo pueblo. Las diferencias de las visiones de estas dos épocas son tan enormes que justifican cualquier duda. Tendríamos los mismos asombros si contrastamos las disparidades de las luchas libertarias de ese ayer con el ‘laborantismo’ político de hoy.

No es nuestro interés el analizar las microhistorias cotidianas del día a día del presente. Estas las vivimos y observamos a diario y de ellas se ocupan con buen desempeño los medios de comunicación de hoy. Nosotros intentamos interpretar el significado de algunos procesos de la historia dominicana, pretendiendo pasar balance a lo que esa historia ha producido en el largo o en el mediano plazo.

Ciertamente, las microhistorias cotidianas que nos presentan los medios de comunicación, poseen una incuestionable e insustituible utilidad. Sin embargo ellas no son suficientes para ayudarnos a entender lo que somos como sociedad ni explicarnos de dónde venimos como pueblo. Ellas no son adecuadas para señalarnos el sentido ni la dirección del sendero por el que la nación transita. Esto no es de su competencia. No obstante, si interpretamos los procesos de la historia podríamos efectivamente auxiliarnos en la comprensión del dónde históricamente nos encontramos y hacia dónde como sociedad nos dirigimos. Con razón se ha dicho que quien sólo vive en la actualidad está condenado a perderse en ella.

Así, haciendo un ejercicio de interpretación histórica; hoy, a cincuenta años de desaparecido el último régimen dictatorial, quienes hemos tenido la oportunidad de ver -siendo aun niños- los comienzos de las luchas libertarias a partir de la caída de la era de Trujillo hasta el presente, podemos hacer unas reflexiones respecto a las diferencias del pueblo dominicano de ayer y el de hoy.

No deja de ser triste y doloroso admitirlo: el rostro del pueblo dominicano mayoritario que hoy vemos en los medios de comunicación y palpamos diariamente, parece ser el legítimo, el verdadero y auténtico, sin las ataduras ni las máscaras que ayer le obligaba exhibir el régimen opresivo de Trujillo. La legítima naturaleza de este pueblo se nos muestra hoy diáfana, tal y como verdaderamente es -y probablemente siempre ha sido-, fiel a las particularidades con las que su historia le ha conformado. Antes de que ese pueblo viviera la libertad que ha conquistado podía haber dudas respecto a cuál era su aspecto real, podía incluso ser idealizado, poetizado y sublimizado; hoy ya no puede haber lugar a equívocos: nuestro pueblo mayoritario, innegable y cierto, es este que hoy vemos, no el de ayer en dictadura, cuando estuvo obligado a mostrar la falsedad de un disfraz de disciplina, honradez, moralidad y trabajo. Hoy, día a día ese pueblo nos muestra sus rasgos genuinos, su naturaleza exacta y para verificarlo no hace falta explicación alguna; el lector sólo tiene que abrir cualquier diario, escuchar la radio o ver los noticieros televisivos del presente ¿Para qué abundar en comentarios si esas microhistorias cotidianas están al alcance de todos?

Así, por vez primera en los últimos lustros y después de 50 años en ejercicio de las libertades conquistadas, hemos empezado a conocer a nuestro genuino pueblo mayoritario, a ese pueblo de la base de la pirámide social, al pueblo sin máscaras; dándose los gobiernos que él considera adecuados y cambiándolos acorde a la medida de sus expectativas y visiones.

La clase política tiene en él su gran capital. Para esta clase política, ya no se trata de millones de ‘nobles y sufridos pobres’ sino de millones de votantes. Es un capital que esa clase política cuida con celo y esmero. Esa clase no arriesga su capital presionando ese pueblo para que cambie obsoletos comportamientos ni dañinos hábitos ni tratando de disciplinarlo o educarlo ni obligándolo a pagar la electricidad que consume ni tomando rigurosas medidas para que acate normas de urbanidad o aplicando consistente severidad en las leyes de tránsito, ya que esto puede provocar la pérdida de votos, es decir, pérdida de su más preciado capital. Para esa clase política, mientras más indiferente, relajado y suave sea su actuación, mejor podría resultar para sus intereses.

No obstante, ese modelo prolonga una perniciosa dicotomía; esto es: el miedo de la clase política a perder su capital (sus votos) podría acercarnos a peligrosos límites que rozarían con un cierto libertinaje generalizado, lo cual incluso podría precipitar la nación por senderos imprevisibles. Quizás se hace necesario que la actual sociedad dominicana en su conjunto trate de evitar que en un futuro cercano la gobernabilidad esté sustentada en una estructura de extremas libertades generalizadas (libertinaje), pues si llegásemos a este punto podríamos quedar atrapados en un despeñadero sin retorno donde muy poco sería lo que pueda salvarse.

Habría, sin embargo, una fórmula simple para evitar ese futuro incierto. Veámoslo de este modo: si el pueblo dominicano ya ha conocido y sufrido la dictadura y si hoy podríamos estar viviendo en una estructura de libertades extremas, entonces esta condición representa una esperanza, porque hasta hoy la nación sólo ha conocido Regímenes Políticos Extremos (extrema dictadura y extrema libertad), lo cual nos ofrece la posibilidad de vislumbrar una luz al final del túnel, pues aún nos falta por conocer y vivir un Sistema Político Medio, es decir, un novedoso sistema político entre los dos extremos conocidos.

Dicho en otras palabras: en vista de que aún los dominicanos no hemos conocido un efectivo sistema político compuesto a la vez de libertad y estricto apego a las leyes entonces aún nos queda la esperanza de concebir y darnos un inédito sistema político que no toque los extremos, que se ubique en medio del péndulo.

Pero, ¿por qué el pueblo dominicano de hoy no da señales de exigir este tipo equilibrado de sistema?
Desafortunadamente habría una fórmula simple para comprender las razones por las que no hemos logrado implementar un Sistema Político Medio. Esa razón es elemental y a la vez desesperanzadora: porque probablemente nuestro pueblo no posee aún la capacidad de concebir ni asimilar ese sistema. Y es que como cada historia produce las características y las capacidades particulares de su correspondiente pueblo, probablemente nuestra historia, a causa de que es aún relativamente corta y en extremo compleja, ella no ha podido generar en ese pueblo mayoritario las condiciones requeridas para que él conciba, implemente y exija ese tipo novedoso de sistema político.

Probablemente a ese pueblo tal sistema aún le resulte avanzado y fuera de su ámbito natural de contrastes. Tampoco nuestra clase política lo oferta puesto que no escucha ni percibe ese requerimiento desde el conglomerado mayoritario de votantes.

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